Soy Mª Antonia Morera, hija de Ambrosio Morera y nieta de Ambrosio Morera García, último alcalde republicano de Campo Real. Fusilado el 17 de junio de 1940 en las tapias del cementerio de Alcalá. Sus restos se encuentran en la fosa 35-12.
Ese día según los archivos, sacaron de la cárcel de Alcalá para darles el paseíllo a 17 presos. Al día siguiente, fueron 23 las personas paseadas y fusiladas. Este dato nos hace ser conscientes de la media de fusilamientos que se ejecutaron en esas fechas.
A mi abuelo le detuvieron con la entrada de los nacionales en el frente del Jarama. Al parecer sus camaradas de las brigadas internacionales le habían convencido de que tenía que irse con ellos. Así que una patrulla quedó a la espera a la salida del pueblo para marcharse juntos antes de que fuera demasiado tarde. Mi abuelo decidió ir a despedirse de su familia. Hubo un chivatazo y al salir de la casa de su prima, en la calle ya le estaban esperando. Fue detenido y llevado a la cárcel de Alcalá de Henares hasta el día de su fusilamiento.
Yo nací a los 18 años de su muerte, y desde muy pequeña sentí una autentica atracción por esa persona que no conocía pero que todo en él era misterio, respeto, silencio. Ese silencio que yo intentaba borrar preguntando y preguntando, sobre todo a mi abuela, donde obtenía respuestas tan ambiguas que me llenaban aún más de curiosidad. Como por ejemplo: Abuela, ¿pero entonces el abuelo ha muerto? Respuesta: No, el abuelo está muerto, pero no murió.
Luego estaban las visitas cada 1 de noviembre al cementerio de Alcalá de Henares. Cogíamos el coche de línea mi padre, mi abuela y yo. Allí tuve la respuesta que tanto buscaba. ¿Abuela si el abuelo no murió porque dices que está aquí, en el cementerio? La respuesta fue clara. “El abuelo no murió, le asesinaron”.
Recuerdo aquellas visitas como si fuera ahora mismo. Éramos las familias de los rojos y todas las mujeres iban de negro, se respiraba la tristeza y el dolor. Cada familiar se ponía enfrente de unos montículos de tierra muy cerca de la tapia. Cada montículo tenía una tablilla de madera con los nombres de los que se encontraban en cada fosa. No podíamos poner flores, ni cruces o signo religioso. Teníamos suerte si el día aunque frio era soleado, si llovía aquello era un barrizal.
También recuerdo la solidaridad ente las familias. Las sillas plegables que se compartían, incluso la tortilla. Pues ir allí era pasar el día. Poco a poco se permitieron las flores, más adelante las familias que se pusieron de acuerdo y pudieron pagar, pusieron una piedra sencilla, con los nombres de los que están en cada fosa, pero sin símbolo religioso. A día de hoy aún hay muchos montículos de tierra, sin más que tierra y alguna flor.
Crecí y mi respeto y curiosidad hizo que mi abuela me confiara muchas cosas, me fue dando trabajos en madera que mi abuelo hizo en la cárcel. Ya muy mayor y como si de un tesoro se tratara me dio la última carta que había sacado en una visita a prisión un primo en los dobladillos del bajo del pantalón.
Es una carta de despedida, donde agradece a la familia que estén ayudando a mi abuela, donde a ella la pide que críe a sus tres hijos en el respeto y la verdad, no en el odio. Él se dirige a sus tres hijos sin saber que su única hija Mª Antonia, había muerto hacia unas semanas por una neumonía. Sabe que es el final, pues la carta empieza diciendo. Mañana me darán el paseíllo y sé que este será el definitivo, por eso me despido con todo mi amor.
No sé cuántos paseíllos le dieron antes del definitivo, pero está claro que no fue el único. Los falsos consistían en llevarles a las tapias del cementerio, hacer cavar sus propias tumbas, después ponerles en la pared delante de la tumba y el pelotón. Éste disparaba y a quien le tocaba bala de fogueo vuelta a la prisión, los muertos a los hoyos y los heridos al parecer también.
Salvo que “El gato con botas” (un cura que tras la guerra ejerció de educador) les diera el tiro de gracia. Este “hombre de fe” estuvo toda la vida vanagloriándose de haber matado más rojos que ningún otro cura.
Sé cómo era mi abuelo por lo contado por mi familia, por su carta, por sus labores y porque si como todo el mundo dice era igual que su hijo mayor, el que tan solo tenía 8 años cuando le fusilaron, es decir mi padre. Aseguro que era un hombre justo, honesto, comprometido y leal.
He buscado en mil archivos más pistas sobre mi abuelo, sé que la orden de fusilamiento se dio el 15 de junio de 1940, dos días antes de su ejecución. Sé que fue nombrado hombre de honor del Partido Republicano, sé que fue fundador de la UGT en Campo Real. Fue el último alcalde republicano de Campo Real.
Nada me gustaría más que reponer su honor, por él, por mi padre, por mí, por todas las personas a las que se les intento arrebatar su dignidad. Estaría bien que sus restos reposaran junto a los de su esposa, hija e hijo. Aunque a día de hoy y aun siendo mi sentimiento de reconocimiento y reconciliación, dudo que en mi pueblo sea bien recibido.
Mª Antonia Morera, nieta de Ambrosio Morera, natural de Campo Real.