Ayer, en Turquía, treinta jóvenes fueron asesinados. Más de cien resultaron heridos.
Mañana, en Utoya (Noruega), será el cuarto aniversario de la matanza de sesenta y nueve jóvenes. Otros sesenta y seis fueron heridos.
Hoy, entre estos dos días, nos mantenemos con la cabeza todavía en estado de incredulidad y el corazón sacudido.
En ambos casos, fueron jóvenes socialistas quienes se convirtieron en el objetivo del odio y la violencia más salvajes. Jóvenes comprometidos con unas ideas opuestas al radicalismo de quienes quieren imponer su visión del mundo al resto, aunque sea mediante la intimidación y el miedo.
Ayer fue, según apuntan las investigaciones, el fanatismo religioso del Estado Islámico el inspirador de un horror que no deja de estar presente, pero que nunca estamos preparados para conocer. Semana tras semana nos llegan noticias de nuevos atentados cometidos por este grupo terrorista. Y aunque, a veces, las pantallas de nuestros televisores, ordenadores y móviles parecen escudos que nos mantienen alejados de todo lo que vemos en ellas, no son suficientes para mantenernos a salvo de la barbarie que, en estos meses, se revuelve en Siria, Irak y otros países.
Los jóvenes socialistas que ayer fueron asesinados eran kurdos y turcos unidos por un sentimiento profundo de solidaridad. Se encontraban en la población turca de Suruç, cercana a la frontera con Siria, a la espera de obtener los permisos necesarios para entrar a ese país y ayudar en la reconstrucción de Kobane, pueblo que fue liberado del asedio que sobre él ejercía el Estado Islámico. Alimentos y juguetes, para una castigada población, eran las “armas” que portaban todos esos jóvenes.
Mañana, a miles de kilómetros de Turquía, hará cuatro años desde la masacre producida en el campamento de las Juventudes del Partido Laborista de Noruega. La diferencia, respecto al atentado de ayer, es que el asesino no pertenecía a un grupo terrorista. La semejanza, que su odio era también producto del fanatismo religioso, cristiano en su caso, y de una ideología radical e intolerante.
Ambas atrocidades son producto del fanatismo. De las creencias llevadas hasta el extremo. De las ideas que van más allá de las fronteras de la tolerancia y el respeto, adentrándose en el terreno de la barbarie y la locura fríamente ejecutada.
Frente a ese repulsivo bloque del odio nos encontramos quienes creemos, aunque nos maten por ello, y los socialistas españoles sabemos bien qué significa eso, que es posible el encuentro; que la tolerancia y la comprensión son las únicas vías que pueden conectar a los pueblos y a sus culturas entre sí. Que no se trata de una concepción ingenua e inútil, sino de la única solución duradera, aunque su complejidad nos apabulle.
Por eso quiero manifestar públicamente mi apoyo y solidaridad, y las de Juventudes Socialistas de España, con los afectados por el atentado de ayer; y mi recuerdo y cariño para quienes, tan injustamente, han visto arrebatadas sus vidas.
Nosotros continuaremos siempre en el mismo lugar, el de la razón y el entendimiento. Nadie nos moverá de ese espacio desde donde se construyen y forjan los mejores proyectos. Los más duraderos. Los que surgen de la buena voluntad de las personas.